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En esa foto hay dos personas. Una enfermera y una paciente. La enfermera, después de haber aplicado todos los remedios técnicos a su alcance –medicación y cuidados- añade los remedios humanos que pueden ser tan eficaces o más que los técnicos.
No cobra por ello. Nadie se lo exige. Seguramente no conoce al paciente. Pero le coge la mano. Y a través de esa mano fluye la corriente de humanidad. Seguro que el paciente lo nota. Seguro que el pálpito llega a su corazón a través de las venas. Y le reconforta. Igual que el peluche que tiene acostado junto a sí y que representa a los seres queridos que no pueden estar físicamente presentes.
El hospital de campaña que se ve al fondo de la foto no puede ser más inhóspito. Un local enorme, de techos altos, desangelado. ¿Desangelado? NO. Hay un ángel. Está debajo de la pantalla y de la mascarilla.
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