El caldero de las letras
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Castilla se rinde en Tórtoles
Castilla se rinde en Tórtoles
Como Presidente del Consejo de Regencia de Castilla, el arzobispo Francisco Jiménez de Cisneros ha planificado minuciosamente la entrevista entre doña Juana I de Castilla y su padre, don Fernando "el Católico" en Tórtoles. Cisneros, que es un estadista calculador, no ha elegido esta villa al azar. Necesita sacar a la reina de su larga estancia en Hornillos y aunque doña Juana se niega a salir de esta pequeña localidad, él ha sabido convencerla de que Tórtoles reúne las mejores condiciones de seguridad por tratarse de una villa amurallada y de acomodo, porque dispone de varias casas fuertes, pertenecientes a las familias hidalgas.
En lo concerniente al tránsito diario de las cuatro portaladas, el concejo lleva un riguroso control de todos los forasteros, buhoneros y trajinantes que entran y salen de la población. Tampoco permiten la entrada a gente pendenciera y a vagabundos. Durante la noche estas puertas permanecen cerradas hasta el amanecer.
A regañadientes, doña Juana ha tenido que aceptar la propuesta de Cisneros aun sabiendo que eso significa ceder ante el enemigo, pero necesita ver a su padre cuanto antes para solucionar el problema de Castilla, pues lleva ya demasiado tiempo sola soportando el peso de una Corona que le es aciaga. La reina también va a imponer algunas condiciones al arzobispo de Toledo. Quiere que la reunión con don Fernando sea en la más estricta intimidad y que bajo ningún concepto se celebren Cortes de Castilla en Tórtoles.
Una vez terminada la entrevista de los monarcas, Cisneros dará ya por finalizada su Presidencia del Consejo de Regencia de Castilla. Por los servicios prestados, el rey de Aragón le va a recompensar con el capelo cardenalicio que le trae desde Roma y la dirección de la inquisición. La reina, que tiene depositado el cadáver de don Felipe en la iglesia de Tórtoles, no va a permitir que se celebre allí la imposición de la birreta cardenalicia a Cisneros.
El gran beneficiado de esta entrevista, sin lugar a dudas va a ser don Fernando. Con poco esfuerzo se ha hecho con la regencia de Castilla y la adhesión de varios grandes castellanos a su causa. Tampoco le ha restado tiempo ni le ha desviado de acudir a Burgos dónde su hombre de confianza, Pedro Navarro, tiene sitiado a uno de sus más enconados enemigos, Juan Manuel, Señor de Belmonte de Campos.
Si hay una clara perdedora, como siempre sería la infausta reina doña Juana…
Desde primera hora de la mañana del 24 de agosto de 1507, el repetitivo tañido de las campanas de la iglesia parroquial de Tórtoles llama a los vecinos para que acudan a celebrar una misa por la salvación del alma del rey don Felipe. Una vez terminadas las últimas oraciones, los abnegados feligreses podrán acudir a sus quehaceres cotidianos. Pasada la tarde, casi al anochecer, los accesos a las cuatro puertas de la muralla y el camino que sube a "Carra Antarrona" se han abarrotado de un gentío inquieto y expectante para ver pasar de cerca a la reina.
El séquito de doña Juana baja sin interrupción toda la Ren del Merinero hasta llegar a la entrada principal de la villa, dónde los lanceros de su escolta tienen que utilizar la fuerza para que puedan pasar los carruajes entre la muchedumbre. El recibimiento a la reina en la plaza es apoteósico. Entre vítores y alabanzas llega la comitiva hasta las escaleras del atrio de la iglesia, donde la recibe una comisión formada por las autoridades concejiles locales, algunos vecinos hidalgos, los curas beneficiados de la parroquia y frailes carmelitas del cercano cenobio de Nuestra Señora de los Valles, de Torresandino. La única representación de la milicia recae en el jefe de Las Guardias Viejas de Castilla enviadas por Cisneros. En este recibimiento, doña Juana percibe la ausencia de nobles y prelados, algunos en los que todavía pensaba que eran amigos suyos.
El Merino de la abadesa, representando a la señora de la villa, le va a ofrecer una casa fuerte, pero ella la rechaza y acepta una casa más humilde cercana a la iglesia dónde va a depositar el féretro. Tampoco acepta que sean Las Guardias Viejas de Castilla los que vigilen los restos de su esposo, prefiere que sean los lanceros de su escolta quienes hagan guardia de día y de noche en las puertas del templo. Durante los cinco días que va a durar su estancia en la villa, doña Juana sólo sale a la iglesia para estar a solas con su muerto.
El día 29 de agosto de 1507, don Fernando "El Católico" acompañado de un nutrido grupo de grandes de Castilla llega a la villa de Tórtoles por el camino de Los Arrieros, cruzando por un puente románico "el Pontón" (en adelante a este camino también se le llamará Camino Real).
En el transcurso de la mañana multitud de curiosos se han agolpado en las arboledas que hay a ambos lados del camino de entrada a la villa y junto al batán para darle la bienvenida.
En la plaza la acogida del pueblo llano al rey de Aragón es menos entusiasta que la recibida la reina unos días antes. Las autoridades locales con algunos hidalgos acompañan a don Fernando y a su vistoso séquito a una casa fuerte en la que se van a alojar.
Allí les está esperando doña Juana con sus damas y algunos clérigos. El rey de Aragón se descubrió ante la reina de Castilla. Ella se echó para atrás su negra caperuza y le hizo una reverencia. Don Fernando quedó sorprendido al ver el deterioro de la reina. En señal de reconocimiento se arrodilló y le besó las manos, llorando de emoción. Se abrazaron y cogidos de la mano pasaron a una habitación donde él quiere presentarle a su nueva mujer, Germana de Foix.
Los nobles y prelados entraron a un amplio salón donde estaba montada una enorme mesa con exquisitas viandas para celebrar un banquete. A doña Juana no le agrada ver a la mujer de su padre y la recibe con cierta indiferencia. Tampoco quiere asistir al banquete dónde le incomoda la presencia de algunos nobles traidores, antes amigos suyos y se disculpa ante su padre para volver a la modesta casa donde tiene su alojamiento. Terminado el banquete, don Fernando acude a la humilde casa para reunirse con doña Juana.
Durante las dos horas que dura la entrevista, el pérfido rey de Aragón sabe aprovecharse de la confianza que la infeliz reina le profesa, y le hace ver que puede confiar en él para entregarle la regencia de Castilla. Doña Juana accede a las peticiones de don Fernando, aceptando que su padre puede gobernar en su nombre, mientras ella siga siendo la reina de Castilla y pueda decidir en última instancia. A la vuelta de nuevo con los nobles, el rey de Aragón les anuncia que la reina, cansada de gobernar, le ha concedido la regencia de la Corona hasta que el príncipe don Carlos sea mayor de edad.
A partir de este encuentro se van a cometer las mayores tropelías contra una reina legítima. Primeramente, el ninguneo de su padre en Tórtoles para llevarse la regencia, y nueve años después su hijo Carlos la va a defenestrar de por vida, confinándola en Tordesillas.
Imagen: Juana la Loca. Colección del Museo Nacional del Prado
Como Presidente del Consejo de Regencia de Castilla, el arzobispo Francisco Jiménez de Cisneros ha planificado minuciosamente la entrevista entre doña Juana I de Castilla y su padre, don Fernando "el Católico" en Tórtoles. Cisneros, que es un estadista calculador, no ha elegido esta villa al azar. Necesita sacar a la reina de su larga estancia en Hornillos y aunque doña Juana se niega a salir de esta pequeña localidad, él ha sabido convencerla de que Tórtoles reúne las mejores condiciones de seguridad por tratarse de una villa amurallada y de acomodo, porque dispone de varias casas fuertes, pertenecientes a las familias hidalgas.
En lo concerniente al tránsito diario de las cuatro portaladas, el concejo lleva un riguroso control de todos los forasteros, buhoneros y trajinantes que entran y salen de la población. Tampoco permiten la entrada a gente pendenciera y a vagabundos. Durante la noche estas puertas permanecen cerradas hasta el amanecer.
A regañadientes, doña Juana ha tenido que aceptar la propuesta de Cisneros aun sabiendo que eso significa ceder ante el enemigo, pero necesita ver a su padre cuanto antes para solucionar el problema de Castilla, pues lleva ya demasiado tiempo sola soportando el peso de una Corona que le es aciaga. La reina también va a imponer algunas condiciones al arzobispo de Toledo. Quiere que la reunión con don Fernando sea en la más estricta intimidad y que bajo ningún concepto se celebren Cortes de Castilla en Tórtoles.
Una vez terminada la entrevista de los monarcas, Cisneros dará ya por finalizada su Presidencia del Consejo de Regencia de Castilla. Por los servicios prestados, el rey de Aragón le va a recompensar con el capelo cardenalicio que le trae desde Roma y la dirección de la inquisición. La reina, que tiene depositado el cadáver de don Felipe en la iglesia de Tórtoles, no va a permitir que se celebre allí la imposición de la birreta cardenalicia a Cisneros.
El gran beneficiado de esta entrevista, sin lugar a dudas va a ser don Fernando. Con poco esfuerzo se ha hecho con la regencia de Castilla y la adhesión de varios grandes castellanos a su causa. Tampoco le ha restado tiempo ni le ha desviado de acudir a Burgos dónde su hombre de confianza, Pedro Navarro, tiene sitiado a uno de sus más enconados enemigos, Juan Manuel, Señor de Belmonte de Campos.
Si hay una clara perdedora, como siempre sería la infausta reina doña Juana…
Desde primera hora de la mañana del 24 de agosto de 1507, el repetitivo tañido de las campanas de la iglesia parroquial de Tórtoles llama a los vecinos para que acudan a celebrar una misa por la salvación del alma del rey don Felipe. Una vez terminadas las últimas oraciones, los abnegados feligreses podrán acudir a sus quehaceres cotidianos. Pasada la tarde, casi al anochecer, los accesos a las cuatro puertas de la muralla y el camino que sube a "Carra Antarrona" se han abarrotado de un gentío inquieto y expectante para ver pasar de cerca a la reina.
El séquito de doña Juana baja sin interrupción toda la Ren del Merinero hasta llegar a la entrada principal de la villa, dónde los lanceros de su escolta tienen que utilizar la fuerza para que puedan pasar los carruajes entre la muchedumbre. El recibimiento a la reina en la plaza es apoteósico. Entre vítores y alabanzas llega la comitiva hasta las escaleras del atrio de la iglesia, donde la recibe una comisión formada por las autoridades concejiles locales, algunos vecinos hidalgos, los curas beneficiados de la parroquia y frailes carmelitas del cercano cenobio de Nuestra Señora de los Valles, de Torresandino. La única representación de la milicia recae en el jefe de Las Guardias Viejas de Castilla enviadas por Cisneros. En este recibimiento, doña Juana percibe la ausencia de nobles y prelados, algunos en los que todavía pensaba que eran amigos suyos.
El Merino de la abadesa, representando a la señora de la villa, le va a ofrecer una casa fuerte, pero ella la rechaza y acepta una casa más humilde cercana a la iglesia dónde va a depositar el féretro. Tampoco acepta que sean Las Guardias Viejas de Castilla los que vigilen los restos de su esposo, prefiere que sean los lanceros de su escolta quienes hagan guardia de día y de noche en las puertas del templo. Durante los cinco días que va a durar su estancia en la villa, doña Juana sólo sale a la iglesia para estar a solas con su muerto.
El día 29 de agosto de 1507, don Fernando "El Católico" acompañado de un nutrido grupo de grandes de Castilla llega a la villa de Tórtoles por el camino de Los Arrieros, cruzando por un puente románico "el Pontón" (en adelante a este camino también se le llamará Camino Real).
En el transcurso de la mañana multitud de curiosos se han agolpado en las arboledas que hay a ambos lados del camino de entrada a la villa y junto al batán para darle la bienvenida.
En la plaza la acogida del pueblo llano al rey de Aragón es menos entusiasta que la recibida la reina unos días antes. Las autoridades locales con algunos hidalgos acompañan a don Fernando y a su vistoso séquito a una casa fuerte en la que se van a alojar.
Allí les está esperando doña Juana con sus damas y algunos clérigos. El rey de Aragón se descubrió ante la reina de Castilla. Ella se echó para atrás su negra caperuza y le hizo una reverencia. Don Fernando quedó sorprendido al ver el deterioro de la reina. En señal de reconocimiento se arrodilló y le besó las manos, llorando de emoción. Se abrazaron y cogidos de la mano pasaron a una habitación donde él quiere presentarle a su nueva mujer, Germana de Foix.
Los nobles y prelados entraron a un amplio salón donde estaba montada una enorme mesa con exquisitas viandas para celebrar un banquete. A doña Juana no le agrada ver a la mujer de su padre y la recibe con cierta indiferencia. Tampoco quiere asistir al banquete dónde le incomoda la presencia de algunos nobles traidores, antes amigos suyos y se disculpa ante su padre para volver a la modesta casa donde tiene su alojamiento. Terminado el banquete, don Fernando acude a la humilde casa para reunirse con doña Juana.
Durante las dos horas que dura la entrevista, el pérfido rey de Aragón sabe aprovecharse de la confianza que la infeliz reina le profesa, y le hace ver que puede confiar en él para entregarle la regencia de Castilla. Doña Juana accede a las peticiones de don Fernando, aceptando que su padre puede gobernar en su nombre, mientras ella siga siendo la reina de Castilla y pueda decidir en última instancia. A la vuelta de nuevo con los nobles, el rey de Aragón les anuncia que la reina, cansada de gobernar, le ha concedido la regencia de la Corona hasta que el príncipe don Carlos sea mayor de edad.
A partir de este encuentro se van a cometer las mayores tropelías contra una reina legítima. Primeramente, el ninguneo de su padre en Tórtoles para llevarse la regencia, y nueve años después su hijo Carlos la va a defenestrar de por vida, confinándola en Tordesillas.
Imagen: Juana la Loca. Colección del Museo Nacional del Prado
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