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Es tradición en la villa de Tórtoles de Esgueva que todos los años el día uno de mayo los quintos pongan un árbol, al que llaman "el mayo", antiguamente llamado "la picota". Al igual que sus padres y antes sus abuelos, los quintos vuelven, como cada primero de mayo, a celebrar el rito del levantamiento de la picota.
Esta tradición centenaria aglutina cada año a multitud de gente y familiares dispuestos a vivir de cerca la tensión y el esfuerzo con la que los quintos derrochan, denodadamente, unos a pie del árbol y otros en la maniobra del carro hasta que por fin queda colocado el mayo firme y desafiante junto al pretil de subida a la antigua puerta principal de la villa.
Era costumbre en los quintos de antaño la colocación de un árbol más alto que la quinta anterior, quedando patente la rivalidad y reconocimiento de los mozos.
Ellos/as también son los protagonistas en el segundo acto. Siguiendo fielmente las costumbres de Tórtoles, los quintos ofrecen generosamente porrones de vino. Las quintas son las encargadas de distribuir el escabeche y el chocolate con bizcochos, agradeciendo así la ayuda y la presencia de todos los allí presentes.
Al amor de la lumbre del mayo viejo, degustamos agradecidos el caliente chocolate que de madrugada nos deleita, escuchando la armonía del acordeón, tambores y dulzaina.
Esta secular tradición ya lleva celebrándose en Tórtoles de Esgueva desde el año 1642, según consta en el libro de la cofradía de San Esteban. Por aquel entonces los quintos compraban el árbol a la cofradía que poseía un soto de álamos en el término denominado Cantarranas por tres reales y medio. En los últimos años los quintos van de ojeo y, escogen su árbol donde mejor les parece.
Quiero rendir este pequeño homenaje a ese grupo de jóvenes que con su generosidad y valentía, aceptan el reto y compromiso que la villa les demanda, escribiendo así un episodio más, con el que cada año los quintos y quintas nos obsequian.
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