Alfredo Sanz Sanza es un arquitecto ribereño, oriundo de Fuentespina, que se ha especializado en la arquitectura y el paisaje tradicional. Han sido varios los inventarios de bodegas y lagares que ha elaborado en una comarca, la de la Ribera del Duero, donde estos elementos populares son tan característicos minando colinas y poblaciones. Así ha trabajado en los inventarios de su pueblo, Fuentespina, y en los de Vadocondes y Gumiel de Mercado. También ha participado en la redacción del Plan Especial de protección de las bodegas tradicionales de Aranda. De su trayectoria profesional y de las bodegas queremos hablar este domingo.
-¿Qué te llevó a estudiar arquitectura y, más concretamente, a especializarte por la arquitectura tradicional?
-Desde chaval me gustó dibujar paisajes y edificios, construir cabañas, jugar con las formas en un montón de arena...Ya durante la carrera me llamó la atención la arquitectura tradicional o popular, y no precisamente porque en la universidad se hable mucho de ello. La conocida como “arquitectura sin arquitectos” lleva probada siglos en cada lugar, usa materiales cercanos, es bioclimática antes de que inventaran ese término y la hace la gente de a pie con sus propias manos. Mi “especialización” se ha dado gracias a que encontré un trabajo de investigación en esta materia, y a tener la suerte de que me hayan ido saliendo más.
-Eres la excepción que confirma la regla al regresar a tu tierra para trabajar…
-La verdad es que nunca perdí el vínculo con ella. Tuve mi época de estudiante en la que viví en ciudades mucho más grandes en extensión y habitantes, pero eso también me sirvió para apreciar más lo bien que se está en un pueblo.
-Has visitado muchas bodegas tradicionales. Haciendo una media ¿puedes decir en qué estado se encuentran?
-Hay dos posibles lecturas, y creo que las dos son igual de necesarias y realistas. Por un lado, hay muchas bodegas abandonadas, olvidadas, convertidas en vertederos, e incluso hundidas. En este sentido, si nuestros abuelos levantaran la cabeza y vieran lo poco que hemos cuidado estos lugares que con tanto esfuerzo excavaron y vitalizaron, lo menos que nos daría es una terrible vergüenza. Y por otro lado está la lectura optimista, y es que por suerte muchas de las galerías que se dan por abandonadas están en un estado estructural aceptable, que permite su uso y recuperación. En los conjuntos de Fuentespina, Vadocondes y Gumiel de Mercado, las galerías que están en buen estado, con pequeñas deficiencias o con desprendimientos puntuales suman el 75% del total de bodegas catalogadas.
-¿Opinas que se está dejando pasar la oportunidad de convertir la arquitectura popular y concretamente los lagares y bodegas en un reclamo turístico?
-En otros lugares se saca mucho más partido a su patrimonio a nivel turístico, y eso a pesar de que la industrialización tardía en la Ribera (a diferencia de La Rioja por ejemplo) propició que aquí se hayan conservado más elementos del patrimonio tradicional ligado al vino. Tenemos unos entramados subterráneos impresionantes y unos ejemplares de lagares con prensa de viga únicos en su especie. Eso sí, conviene recordar que el turismo no es la panacea y que si no se gestiona correctamente puede traer daños asociados.
-¿Qué hace falta para que realmente sean un atractivo a los visitantes?
-Para los visitantes son más que atractivas. Falta que alguien les organice un buen recorrido con un buen relato, para los cuales existen ingredientes más que de sobra. Tal vez deberíamos plantearnos qué hace falta para que sean un atractivo para quienes estamos aquí, ya que si nosotros no las sabemos apreciar, tampoco sabremos mostrar su gracia a los de fuera. Necesitamos una buena dosis de interés y amor por lo nuestro.
-Tú haces el inventario, estudias cada bodega y lo plasmas sobre el papel. A partir de ahí, ¿qué es lo que hay que hacer para la puesta en valor de estos elementos?
-Lo primero es ser conscientes de los tesoros que hay en nuestros pueblos. Parece obvio, pero si no conocemos lo que tenemos no podemos ni valorarlo ni pensar en estrategias de recuperación. Y luego las posibilidades son muchas, pero depende bastante de que los vecinos estén concienciados y motivados y de que los ayuntamientos vayan a la par. Yo defiendo con teoría y práctica que elaborar un cubillo de vino en una bodega tradicional sirve para conservarla y vitalizarla, ya que las visitas pertinentes a la cueva garantizan su aireación y que si surgiera algún problema constructivo se va a detectar a tiempo. Por suerte quedan bastantes personas haciendo esto, y hay que reconocer esa labor, ya que el vino producido en estos espacios ancestrales tiene el valor añadido de mantener nuestro patrimonio cultural.
-Sacando el tema arandino, las peñas han puesto el grito en el cielo ante la catalogación como BIC de las bodegas subterráneas. ¿Realmente es tan malo para ellas? ¿Revierte esta catalogación en la preservación de estas cuevas?
-El enfado de las peñas venía motivado más por las formas de cómo las instituciones quisieron sacar adelante el BIC que por su contenido. Creo que fomentar la divulgación, protección y conservación de este patrimonio tan vulnerable es positivo, lo cual dependerá del uso que se dé al Plan Especial. Lo importante es que la burocracia no sea una traba para los usuarios y que éstos tengan facilidades en la gestión de las obras pertinentes.
-¿Es negativo transformar en merendero una bodega?
-Las bodegas siempre han sido un lugar de encuentro. Esa función social ayuda a mantenerlas en uso y a que se note algo de ambiente cuando paseas por un barrio de bodegas. El problema en un enclave de este tipo viene cuando se construye sin respetar y sin buscar una integración con lo ya existente, ya que se altera la esencia del conjunto y puede poner en peligro la estabilidad del terreno.
-¿Qué proyectos estás llevando a cabo en estos momentos?
-El más bonito e intenso se llama Miguel y tiene medio año de vida...a nivel profesional espero aprovechar el tirón mediático (risas) para seguir recorriendo kilómetros bajo tierra de los que se excavaron a pico y pala.
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