No había que ser vidente, ni tener una bola de cristal, para prever que la escalada de tensión municipal iba a estallar. Los pronósticos apuntaban a que el dictamen de los presupuestos pondría a prueba el nivel de crispación en el que nos encontramos inmersos, y las quinielas no fallaron. Era notorio y palpable que el thriller incluía todos los ingredientes. Dos posturas enconadas, la del gobierno y la de la oposición. Dos altos funcionarios a merced de cada una de las partes, luchando a ver quién puede más, qué interpretación del derecho sale victoriosa y qué rédito pueden sacar al colocarse en cada uno de los bandos (¡Qué peligro!). Unos recién llegados que no asumen el peso de la losa de la minoría y unos veteranos destronados empecinados en que nada debe cambiar. Mientras tanto, unos ciudadanos atónitos que observan como la pelota va de un tejado a otro, el fango gana cada vez más terreno, mientras sus necesidades y reivindicaciones siguen en el mismo sitio, en un segundo (tercero, cuarto…) plano. La pregunta que nos planteamos ahora es si con lo sucedido el pasado viernes en la comisión de Hacienda, ya se ha tocado fondo o se puede seguir cayendo más hacia el vacío. Aquí, todo es posible.
La tangana en forma de gritos, recriminaciones y versiones encontradas. De presuntas agresiones a cortinas de humo para desviar atenciones. Sea cual sea la verdad absoluta, es bochornosa. Se supone que los representantes públicos tienen que estar a la altura de las circunstancias, y no lo estuvieron. Esa es la única realidad. Ni en ese momento, ni después, al gestionarlo a través de un falso y sesgado pacto de silencio que ha hecho que la bola se haga más grande y manipulada. Se echó en falta una inmediata explicación, desde la autocrítica generalizada. Mejor dar la cara a tiempo que perder el relato.
Este es el resultado de seis meses de tensión para sacar adelante unos presupuestos municipales que se nos venden como fundamentales, pero que se están haciendo más que eternos. Es la consecuencia de dos bandos que presumen de saber negociar, pero a quienes luego les cuesta conjugar ese verbo en todos sus tiempos y personas. La palabra es imposición. Ya sea por parte de unos, como de otros. Querer imponer desde la minoría, o pretender imponer desde la ‘pinza’. Imposición es no moverse ni un ápice en la propuesta de precios de la piscina cubierta y luego sorprenderse de que el gobierno se abstenga calificándolo como una irresponsabilidad. Eso no ha sido una negociación. Igual que tampoco lo es el empecinamiento por sacar cuatro liberaciones y tres puestos de confianza cuando no se tienen los votos suficientes. Sospecho que no se han parado a reflexionar sobre el brutal desgaste público y personal que han asumido por una pretensión tan impopular que puede que no llegue a cumplirse, por lo menos en las cuentas de 2024.
Estamos a 30 de abril. Cada día que pasa es tiempo perdido a la hora de ejecutar proyectos vinculados a fondos europeos, para adjudicar inversiones, para impulsar actividades, pagar subvenciones... Cuanto más tarde en llegar el presupuesto, más irrespirable se hará el ambiente. En el Ayuntamiento, pero especialmente en la calle. Es imprescindible desbloquear ese asunto y eso sólo se hace cediendo (por todas las partes). En fin, la gestión municipal es una carrera de fondo, y los presupuestos no son, ni de lejos, la batalla final para ganar una guerra. Llegarán muchos nuevos capítulos y muchas luchas en las que se necesitará mayoría. Los remanentes, el retén de bomberos, la Relación de Puestos de Trabajo… Esto sólo acaba de empezar.
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