Mi final de curso ha llegado en esta crónica. No es un adiós, es un hasta luego. A principios de septiembre nos volveremos a encontrar en estas líneas, con nuevos capítulos. Seguro que temas no faltarán y algunos dramas tampoco. Estamos a punto de empezar los días más intensos y movidos en la ciudad. Llega Sonorama Ribera y con ello miles de visitantes y autóctonos dispuestos a disfrutar al máximo de uno de los mejores festivales del panorama nacional. Unos días que ponen a Aranda en el mapa y generan una dinamización económica importante. En la hostelería, supermercados, pisos de alquiler, empresas contratadas…
Y como en todas las cosas que sobresalen y trascienden de lo normal, nunca llueve a gusto de todos. Hay defensores y detractores. Hay opiniones para todos los gustos, aunque se denota una amplia mayoría a favor, a juzgar por la cifra de bonos que se venden en Aranda. Y como este espacio va de opinión, ese género periodístico que muchos todavía desconocen, pues ahí va la mía.
Recuerdo como hace un cuarto de siglo, Aranda era casi un erial. Las fiestas de los pueblos y el éxodo vacacional dejaban prácticamente desierta la tarde noche de las jornadas cercanas al 15 de agosto. También recuerdo la primera edición, en la antigua plaza de toros, donde éramos muy pocos (muy jóvenes, eso sí) … Luego, vino una primera década muy complicada. Aquellos años en los que nos ‘pegábamos’ (metafóricamente, pero literal) para que el festival de nuestro pueblo tuviera unos segundos en un boletín nacional. Una misión a veces complicada a pesar de la tradicional sequía informativa que acompaña los meses de agosto. Sequía solventada casi siempre, con temas manidos como las altas temperaturas, o las playas a rebosar de gente, que lograba ese toque exótico con ese festival casi desconocido de interior. Eso, 25 años después, ha cambiado radicalmente y no hay espacio informativo en cualquier tipo de soporte mediático que no ‘se pegue’ por tener el mejor plano o tema para Sonorama. Una repercusión millonaria. Eso genera una especie de satisfacción, del triunfo de lo nuestro, que permite cierto orgullo. Para muchos, entre los que me incluyo, es uno de los mejores momentos del año en Aranda.
Mi curso, como digo, finaliza siempre después de Sonorama. A principios de septiembre empezaremos uno nuevo lleno de crónicas con algunos problemas y asuntos varios que seguirán presentes y otros que irrumpirán como novedad. Las calles seguirán cortadas y las obras hechas herencia dando guerra y dolores de cabeza. La plaza de toros continuará dando que hablar. El tren seguirá sin pasar. Eso sí, quedará menos para que pasen los cien días de gobierno que tanto esperan algunos partidos para empezar a cortar trajes desde la oposición. Pero eso será a final de septiembre, después de las fiestas patronales.
A parte de todo esto, se prevé también la llegada de otros retos que se llevan esperando mucho tiempo. Un curso en el que empezaremos con la vista puesta en el nuevo hospital y en el momento en el que las maquinas comiencen a mover las tierras para ver, después de dos décadas de espera, como se coloca la primera piedra. Esperemos y deseemos que pasen cosas, muchas...
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