Hoy se cumple justo un año de las elecciones municipales. No es obligación, pero sí tradición el tener que hacer una especie de balance o análisis de lo que han sido estos 366 días desde aquella cita con las urnas que arrojó un resultado histórico. Se marcó un hito con la victoria de un grupo de ciudadanos ajenos a la política con unas siglas alejadas de los partidos de siempre, con escasos recursos económicos y mediáticos. Lo que no cambió fue la fragmentación perpetua del hemiciclo arandino con la presencia de seis partidos (prácticamente siete por la coalición Podemos e Izquierda Unida) y sin una clara mayoría. Seguro, que para algunos, el tiempo habrá pasado en un abrir y cerrar de ojos, para otros se habrá hecho eterno; pero la realidad es que la llegada del aniversario marca una barrera psicológica para el ciudadano que va a exigir, a partir de ahora, con mayor contundencia resultados, proyectos, y toma de decisiones. El tiempo de gracia ha pasado, y lo mejor es que se empiece a asumir.
Dos días después de los comicios del 28M, escribí la crónica Hartos. En ella, se reflejaba cómo los arandinos se habían cansado de los partidos de siempre y de su falta de resultados, talante, autocrítica y reivindicación a administraciones superiores (de sus colores, o contrarias). En esas líneas, se alertaba de la dificultad de llegar al ejecutivo en minoría, de la utopía de la propuesta de un gobierno unitario entre todos los partidos (era el mensaje que se manejaba esos días) y se pronosticaban las piedras en el camino que se iban a encontrar por el varapalo sufrido por los viejos partidos que no asumieron bien la caída. Muchos de esos augurios se han cumplido, era una evidencia.
En este tiempo da la impresión de que las formas, y ciertos pequeños detalles han cambiado, sin duda. Sin embargo, sería faltar a la verdad el defender que ha sido un año de grandes resultados y de un revulsivo absoluto. No lo ha sido y las pruebas ahí están. Como atenuante, los munícipes se pueden escudar en que son novatos, que el sistema les ha podido engullir en la burocracia y en la falta de medios de personal o que la abultada herencia envenenada les ha tenido en jaque. Son argumentos que se pueden comprar, son constatables. Aunque, eso, sólo es una pequeña parte, hay muchos otros aspectos que están en su tejado.
El primero de ellos, no haber sabido leer la matemática política. Hay que sumar once, ya sea en pacto estable o en acuerdos puntuales, buscando el equilibrio entre el caracter y la mano izquierda. Es verdad, que hay pocos asuntos ya que dependan del pleno, hay muchas competencias asumidas por el alcalde o por la Junta de Gobierno Local, pero los temas de mayoría son fundamentales. Lo acabamos de ver en el presupuesto y en la ordenanza de precios públicos de la piscina municipal cubierta. Lo volveremos a observar (esperemos que en breve) en remantentes, en la Relación de Puestos de Trabajo, etc... Por otra parte, en este año, han perdido una oportunidad de marcar impronta, dejar algo de su sello personal a través de algún proyecto propio de envergadura. El bucle de los tardíos presupuestos, las eternas, atropelladas y molestas obras en los Jardines y el puente de Bigar; el enreverado problema de carencia de personal o la pésima situación de los parques, jardines y la limpieza de las calles con contratos obsoletos, son asuntos en boca de los ciudadanos y que han protagonizado demasiado el primer año de gobierno. En el horizonte inmiente, el culebrón de la plaza de toros, la posible solución al retén de bomberos, o la hipotética creación de la empresa municipal de servicios... Asuntos que se tienen que empezar a encauzar, entre muchos otros.
Es una obviedad que alguien tiene que pisar el acelerador porque el ritmo de este primer año no se debe perpetuar otros tres por el bien de la ciudad. Los atenuantes tienen fecha de caducidad y empieza la hora de la verdad.
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