Vulnerables

El apagón general nos puso una vez más a prueba

29/04/2025 6:00 | SUSANA GUTIÉRREZ

Todos sumaremos un día más a nuestras fechas históricas. Sí, otro. Ya se está convirtiendo casi en una costumbre, y ahora se podrá añadir un hito más. Una nueva pregunta de qué estabas haciendo cuándo pasó… Cada uno estábamos inmersos en la vorágine de nuestro día a día, de un lunes de abril de una semana corta.  La actualidad también apuntaba una jornada de jolgorio político, por el posible juicio contra el hermano del presidente del Gobierno en lo nacional, o que la Fiscalía había archivado la denuncia del PSOE contra el alcalde y la concejala de Deportes, en lo local. Pero, entonces, el reloj marcó las doce y media de la mañana, y todo se pausó.  La reunión, el ordenador, el teléfono, el ascensor, los semáforos, el datáfono, la wifi, la noticia, los electrodomésticos… Un clic y un corte de luz, que en los primeros segundos todos vimos como casual y propio, y que más tarde con el ruido de alarmas y la falta de cobertura, asumimos que no era ni puntual, ni particular. En ese momento, fuimos conscientes de la dependencia absoluta que tenemos de la era digital y del suministro, y lo vulnerables que nos sentimos cuando el OFF irrumpió sorpresivamente en nuestras vidas. También de la conmoción y el caos en los que nos engullimos en unas cuantas horas sin electricidad. Poco pensamos, que hay muchas personas que, a diario, en algunos lugares, se enfrentan a esta situación como algo normal.
Fueron algunas horas, en las que se observaron ciertas imágenes de casi apocalipsis zombi. Los supermercados (los que han tirado de generador) abarrotados de clientes con carros llenos de cajas de leche, garrafas de agua, sacos de patatas… Conductores buscando gasolineras donde llenar su depósito. Aderezado con el descontrol de tráfico, con semáforos apagados y una circulación de república bananera. Dicen, que cualquier situación de emergencia, puede provocar diez emociones principales, dependiendo de cada persona. Esta claro que en ese caso era el shock y la ansiedad. Aunque entre ese decálogo, también se incluyen otras como el humor y la improvisación. De ahí tiró otra parte nutrida de la sociedad, como buenos españoles y arandinos. No se puede trabajar, no hay luz, que el fin del mundo nos pille en un bar, y, como hace buen tiempo, mejor en una terraza. Ahí están las dos caras de la moneda. 
Confieso que, en mi caso, el mayor tormento fue la incomunicación, somos esclavos del smartphone y de la banda ancha, para el trabajo y para la vida. Sin ellos, nos sentimos huérfanos y desamparados, impotentes y perdidos. Debido a la incomunicación, las personas se tuvieron que acercar a la policía o al parque de bomberos para alertar de situaciones de emergencias, incluso era imposible contactar con los propios profesionales que se acercaban por iniciativa propia. Rescates de vecinos atrapados en el ascensor, ayuda a personas mayores en sillas de ruedas a subir a sus hogares cuando volvían del centro de día, fueron algunos de las situaciones que se vivieron. La luz regresaba a última hora al hospital que estuvo funcionando de manera normal durante la jornada, por sus equipos electrógenos.
Los románticos dirán que siempre queda la lectura, la radio con pilas para escuchar en Onda Media, escribir a boli en una libreta, o charlar en persona. En cualquier caso, después del caos, llegan los deberes pendientes y también la respuesta a las incógnitas (y las compras del kit de emergencias). 

 

Foto: Voluntarios de Protección Civil