Emana de tus entrañas la esencia generosa sin cargo. Néctar prodigioso que en el pasado aliviaba la fatiga y el cansancio de los enjutos labriegos en la siega y en la era. Ambrosía para el viajero, que hace un alto en el camino y recupera fuerzas como santuario para el peregrino. Elixir que atrae a los crédulos vecinos de otros pueblos que utilizan tu fría agua como panacea. Fresca savia que da vida a las fértiles huertas de Pradoval antes de desaparecer en el Esgueva.
Fuente del valle, otrora el socorro de las afanosas lavanderas cuando de mañana subían a hacer la colada, y arrodilladas en los banquillos frotaban la ropa sobre sus tablas, a la vez que enturbiaban tu agua con el jabón de su cosecha.
Nadie te erigió lujosa cuan fontana de obra, ni unificó el flujo transparente que brota armonioso de tus blancas fauces para convertirte en poderosa como tus hermanos, “Los Caños”.
Salvaje y solitaria no apareces en mapa alguno ni formas parte de viejas leyendas. Testigo mudo de los pasajes de la villa de su dilatada historia.
Fuente Val, pocos son los que de tí se acuerdan. De mañana escasos acuden a tu reclamo, y por las tardes cuando el impío sol abrasa, ocasionalmente algún caminante se te acerca.
El fin del trayecto de la empinada cuesta que en los sofocantes meses estivales obliga al paseo tardío aprovechando la fresca y al sorbo de agua merecido en el cuenco de las manos, mientras te deleita el arrullo de sus entretenidos chorros.
Asilvestrada y fecunda de zarzas muestras descuidada la pradera, como queriendo ocultar que en otro tiempo tu campiña recibía el solaz veraniego de meriendas y chocolatadas. En ocasiones tus desaliñados chopos, cobijaban a inquietos excursionistas.
Tú, que naciste libre al amparo de un ribazo con el plácido murmullo de tus aguas haces resurgir la musa del poeta elucubrando. La luz y la vida de tu entorno bucólico suscita la inspiración tácita del avezado paisajista.